Una forma gris

Una foto gris, un recuerdo, un pasado, un camino.
Así crecí, cuestionándome las cosas a cada paso. Viendo a mi alrededor a través de miradas distintas, de sueños, de esperanzas.
Se me llenó la vida de sorpresas, de sustos, de miedos, de alegrías, y en eso me di cuenta que ya dejaba el jardín. Aprendía a leer, y me cuestionaba más. ¿Por qué me gustaban los acentos en las palabras? ¿Por qué me gustaba escucharme leer en voz alta? Será tal vez porque las veía hermosas, porque descubría que con ellas se plasmaban sentimientos, que la gente los dejaba escritos para que quedaran en el recuerdo de alguien que sin pensarlo abriendo un cajón abandonado los encontraba.

En mi camino me vi entrando a primer grado…guardapolvo blanco, trencitas y mochila nueva. Una experiencia distinta, algo iba a cambiar. Mucha interacción con otras personitas como yo, con tantas dudas y tanta vida como la mía. Ahora estaba en mí decir, ¿Querés ser mi amiga?

No lloraba para esa época, solamente cuando mamá me retaba o Luli me pegaba. La vida era fácil, lo único complicado era aprender las tablas.
Jugaba como los demás, ganaba en algunos juegos y perdía en otros. Bien recuerdo que siempre tenía una amiga que me ayudaba en los que más me costaban.

Un día al llegar a la cuenta, noté que ya había vivido una década y un poquito más. Y a medida de que el tiempo pasaba, mi vida y la de la gente que quería se complicaba un poquito más. Mis problemas eran como los de los chicos de mi edad. Tener un diario íntimo y buscar un lugar secreto para que nadie lo encontrara. Aunque yo, recuerdo muy bien, era la única que lo usaba como organizador para contarle cosas a mis amigas. Nunca los escondí de ellas, porque ellas sabían todo de mí.

Unos años después, se instaló en mi una tormenta…un huracán incesable de preguntas, de miedos, de tristeza, de sufrimiento. Lloraba más que nunca. No me quería ir. ¿Por qué tenía que irme? ¿Qué había hecho yo? ¿Acaso Dios me estás castigando? Preguntaba mientras abrazaba la almohada y me ahogaba para no ser escuchada.

Fue el verano más nostálgico que tuve. Paseaba por mi lugar mirando cada detalle, cada árbol, respirando cada centímetro de aire. Sentía que iba a perder todos mis sentidos, que jamás iba a volver a ver. Sentía que perdía identidad, que me sacaban eso que era tan mío, que tanto amaba, que tanto necesitaba…me sacaban mi sitio, mi gente, mi infancia, mi felicidad.

Sobreviví los primeros meses fuera. Llorar era rutina y no me hacía más que gastar kilómetros de papel higiénico, no me hacía sentir mejor, pero el acostumbramiento me hacía pensar que sí. Debía llorar y nadie podía impedírmelo. Era lo único que nadie me podía negar ni quitar, mi pena y mis lágrimas.

En ese corto lapso, me llegó algo inesperado: compañía a montones. Pasé momentos hermosos, con gente de otro lugar, pero tan como yo a la vez. Aprendí de ellos, y aprendí de mi. Yo atravesaba un cambio y gracias a él, dejaba la niñez atrás. Crecía cada día, me fortalecía y daba gracias por el cambio. Tenía de los dos lados, gente que me quería, de mi lugar de origen y de mi lugar actual. ¿Necesitaba algo más?

En cuanto me sentía habituada, y empezaba a comprender que mi ser se dividía en dos, mi vida dio un giro repentino y todo cambió.
Yo me había formado en gran medida, sabía bien lo que quería, sabía bien qué deseaba ser yo, y cómo quería que me viesen los demás. Yo era diferente, y ahí noté que mucha gente se me fue…y a la vez yo la dejé ir.

Volví a tener dudas. ¿Está bien que sea así? ¿Está bien ser firme y no cambiar la esencia de mi forma de ser?

La vida tardó un tiempo en darme la respuesta y entre eso me vi arrastrada por el sufrimiento una vez más. Quería volver a casa…lo gritaba con el corazón y nadie me escuchó.

Me parece que Dios se apiadó de mí…me dio otra oportunidad. Me encontré de pronto con personas increíbles, pocas pero hermosas. Descubrí que ser yo misma en un lugar que no era el mío era más difícil de lo que yo había podido imaginar. Me resistí a cambiar. No iba a fumar, no iba a dejar mi seriedad en temas serios, ni iba a dejar mi sonrisa cuando me saliera de dentro. No iba a dejar de decir “Yo amo mi lugar y la gente que tengo allá” y no me avergüenza decirlo.

Y ahí me vi, rodeada de unas personitas que se mantenían firmes junto a mi en esa pequeña distancia física de tan solo 27 kilómetros, y que tenía unos amigos nuevos en ese lugar llamado “segunda casa”.

Entre etapa y etapa siempre fui igual con respecto a las inquietudes, dudas y los “¿por qué?”. Solo cambiaron la intensidad, los humores.
Hoy me preguntó por qué esto fue así. Porque vos y yo no vimos cómo venían las cosas, porque no distinguimos lo bueno de lo malo, porque no vimos lo verdaderamente importante y por qué no separamos bien el tiempo.
Gracias a Dios no me faltó ningún “te quiero”, ningún “gracias” y ningún “perdón” para nadie. Lo pensé todo muy bien antes de alejarme en espacio un poco más.


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