De alguna forma sé que el pasado puede volver a enfrentarse con uno vestido en otro estilo, pero siendo siempre el mismo.
Ese que traté en un principio como a un niño, porque eso es lo que él era. Un niño perdido en un mundo de personas que quieren ser adultas, lleno de dilemas, de peligros, de rebeldía.
Y él estaba solo, y yo estaba tan sola como él.
Conocerlo cambió mi vida, trajo lo peor y lo mejor, todo en ese cuerpo, todo envuelto en ese personaje de dos caras.
El tenía el misterio del cuento mejor escrito y los ojos más dulces del mundo entero.
Su habilidad de transformarse veloz, y pareciera sin intención, me dejó mil veces mirando a la noche y a la nada con mi mente en quinientas revoluciones pensando si ese era él.
Analizando cada acto, como el mejor, el peor o el incontable.
En un principio, considerándolo de unos diez días, él era un enigma sin solución. Años más tarde, él fue un problema sin solución.
Sus ojos, sus palabras inconclusas, su papel de abandonado, de desterrado, de sufrido, hacía de mí la más ingenua; la más enamorada.
Me enamoré realmente sin querer. Si hubiese querido enamorarme, él no hubiese sido el candidato más sano.
Encantador era, precioso era, peligroso fue también con el tiempo del invierno.
Pasamos juntos repetidas estaciones, pero juntos de forma tan increíblemente variada.
Al fin de cuentas, después de tres inviernos, tres veranos, todo quedó en nada.
En una nada inexistente, un espacio muy vacío de él, pero muy lleno de rencor es el que queda incluso hoy.
Y Buenos Aires, enorme, indiferente, super-poblada, no puede traerme la maléfica suerte de tener que enfrentarme con él.
Podría pasar. Tener que verle la cara mientras yo voy y el viene me llenaría de ira.
Es que con muy poco tiempo, sus problemas se hicieron míos, con tanto querer su dolor se hizo el mío.
Yo hice carne sus asuntos, el jamás pudo hacer carne los míos, si es que alguna vez, siquiera los notó.
La ciudad o mi vida, mis decisiones, todas juntas, podrían jugar conmigo y reírse de mi un rato más.
La tonta esta podría caer una vez más, lo sabemos. Yo lo sé.
Y el pasado puede que se me esté presentando con otro cuerpo para ganarle al destino todas las fichas que alguien más apostó por mí.
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