Andamos por esta vida con la mente en un frasco, de a ratos.
Un frasco rebalsado de deseos que guardamos ahora en una carterita de cotillón.
Un frasco hermético, de a momentos, en el que en una sustancia nebulosa con cierto olor a formol se ahogan penas, se desatan llantos, se forman sonrisas.
Y vamos con ganas de gritarle al mundo que queremos cosas, que queremos personas, que pensamos demasiado, y que a veces sentimos que tenemos tan poco.
Entramos con seguridad, pasamos el rato yendo en picada, o porque él no aparece, o porque no me mira, o porque no me responde.
Y ese frasco envuelto en formol, lleno de deseos que una puso con tanta esperanza, se van evaporando y quedan volando en el aire que respiramos. Es así.
Ya no es mas secreto, ya no existen los secretos cuando hablaste una vez, cuando le sonreíste a ese que te descoloca y cuando tu mente fue a la luna y volvió solo porque le viste los brazos.
Vos alucinaste con que esos brazos te agarraran fuerte y te hagan pasar un momento inolvidable, sentirte resguardada, sentirte única.
Vos deliraste con esos ojos azules pensando que un día no muy lejano te miraran fijo y te dijera lo linda y exótica que sos.
Yo soñé que me devolvías esas llamadas y me dabas ese beso que es mas mio que de nadie.
Es en ese momento, que me atrevo a buscar en la carterita qué sueño queda dando vueltas sin realizarse, y se me impregna el olor a formol porque bien sé que esos tres deseos que son lo mismo para las tres están en stand by.
Caigo en la cuenta que realmente pedimos tan poco y que estamos obsesionadas con cualquier cosa que nos recuerde a eso que buscamos: unos brazos, unos ojos, una voz.
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