Fue una brisa que golpeaba mi ventana con cierta insistencia la que me despertó esa madrugada.
Entre mis sueños se oía el susurro de la calle semidormida y los anhelos de la gente que vuelan en busca de eso que ya perdieron.
La noche en vela era testigo, como hoy, de las voces enardecidas que se callaban al dejar ir tantos deseos por las pequeñas hendijas de puertas y ventanas de habitaciones pobladas.
Se forma una música entre el silencio inconcluso, alguna queja y sonrisas atontadas de tantos enamorados que duermen juntos.
Será hasta el día en que ambos miremos el cielo juntos y veamos un edén.
Esa noche será como una que jamás existió, en la que las horas gloriosas puedan depurar todo el mal que estuvo acá.
Nos despertarán los recuerdos de los días dulces de seducción y la jura de no querer despertar, ni siquiera con una brisa.
Café Irlandés
Cuando no te acompaña otra cosa que un café irlandés y las ganas insaciables de fumar, es el momento preciso en el que todo deja de pender de un hilo para caer muy aprisa.
Tan rápido se me desmoronan las ilusiones y las fantasías que le gana al enfriamiento del café y la rapidez de las miradas sin sentido de cada extraño cuando entro al bar que una vez me vio enamorada.
Y deja de resultarme extraño sentirme tan sola, tan incomprendida.
Las calles de mi pueblo ya me han visto así, caminando con los ojos llenos de lágrimas y con una queja atada a mi garganta.
No hay nada que pueda hacer más que hacerle frente a mi impaciencia y procurar poner buena cara cuando aprendo a beber el café aún caliente y a no contar cuántas como yo están como yo no estoy.
Aprender de una vez que el tiempo no pasa más rápido por revolver desenfrenadamente el irlandés y que aunque salga de este lugar con una pizca de alcohol encima y mi estima algo sanado, vos no vas a estar ahí para mí.
Vos estando tan lejos, como si pertenecieras a otra dimensión y yo tan abrazada a tu recuerdo y a las ganas de poder tenerte.
Tan rápido se me desmoronan las ilusiones y las fantasías que le gana al enfriamiento del café y la rapidez de las miradas sin sentido de cada extraño cuando entro al bar que una vez me vio enamorada.
Y deja de resultarme extraño sentirme tan sola, tan incomprendida.
Las calles de mi pueblo ya me han visto así, caminando con los ojos llenos de lágrimas y con una queja atada a mi garganta.
No hay nada que pueda hacer más que hacerle frente a mi impaciencia y procurar poner buena cara cuando aprendo a beber el café aún caliente y a no contar cuántas como yo están como yo no estoy.
Aprender de una vez que el tiempo no pasa más rápido por revolver desenfrenadamente el irlandés y que aunque salga de este lugar con una pizca de alcohol encima y mi estima algo sanado, vos no vas a estar ahí para mí.
Vos estando tan lejos, como si pertenecieras a otra dimensión y yo tan abrazada a tu recuerdo y a las ganas de poder tenerte.
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